Jorge Fuentes. Embajador de España.
Para acabar la serie sobre la España diferente, habría varias singularidades que escoger: podríamos hablar de las distintas anchuras de las vías del tren (233 milímetros más anchas en España que en el resto de Europa), de los diferentes horarios laborales (aquí si vas a comer antes de las dos o a cenar antes de las 10 de la noche, te arriesgas a comer o cenar en solitario. Por esos mundos de Dios se come alrededor de las doce y se cena sobre las siete), o cabría hablar sobre la España ruidosa, esos decibelios de más con que suenan nuestras calles o nuestros bares si los comparamos con los de otros países de Europa. También serían temas a comparar entre nuestro país y el resto del mundo, la corrupción política pues aunque en todas partes cuecen habas hay que reconocer que el desmadre autonómico permitió a España sacar varias cabezas a otros países europeos. Y como variante del anterior rasgo estarían las Cajas Rurales “made in Spain”, sucedáneos de Bancos destinados a colocar ex políticos en beneficio propio y ruina ajena.
Pero he preferido despedir la serie con una cuestión que puede parecer inocente pero que está rebajando en muchos puntos las posibilidades intelectuales de nuestra población. Se trata del desmedido interés que existe en España por unos personajes famosos o populares, con méritos más que discutibles, alrededor de los cuales han nacido y crecido publicaciones “rosa” o “del corazón” y programas de televisión y radio que ocupan casi en exclusiva el tiempo dedicado a la lectura de muchísimos compatriotas que parecen quedar adheridos a la pantalla televisiva en las frecuentes horas de emisión de estos programas.
Debo dejar claro que interesarse por la vida privada del prójimo es intrínsecamente malo, sea ese prójimo un príncipe o un mendigo, pero en este terreno se ha producido una evolución llamativa. Hubo una época en que la escasa prensa del corazón tenía como protagonistas a princesas, estrellas de cine y elegantes playboys internacionales. Desde entonces se ha producido un indeseable proceso de vulgarización de la fama que convierte en famosos en un primer estadio a los que con esfuerzo han conseguido destacar en campos determinados tales como el deporte –especialmente el fútbol-, los toros y la canción. Viene a continuación un segundo estadio en que los populares no son ellos sino quienes tienen como único mérito el haber mantenido una relación sentimental con un futbolista, un torero o un cantante.
En un último escalón se encuentran gentes sin habilidades conocidas pero que han saltado a la prensa a través de programas como Gran Hermano o Náufragos. La fama ha bajado, así, muchos quilates y la población se siente fascinada por gentes que no han escrito un buen libro, o han destacado en el mundo del cine o el teatro, o son grandes profesores de universidad o notables científicos. Todos estos no interesan a menos que provoquen un escándalo sonado. Los mejores deportistas o toreros o cantantes, tampoco son carnaza para esas publicaciones o programas rosa. Son solo los que han cruzado la barrera profesional y han añadido a sus biografías un plus de intimidad, quienes se convierten en estrellas de Tele 5 o sus equivalentes.
Hace algunos años surgió un grupo de famosillos –quizá los recuerden, Paco Porras, Dantés, Arlequín y otros– a los que se calificó de cutres y casposos y ello tranquilizó al resto del gremio que, por contraste, se convertían automáticamente en famosos dignos. Hoy el grupo de los cutres ha aumentado enormemente, han incorporado a verdaderas ordas de falsos periodistas –yo les llamaría “cutrólogos”– a editores de revistas, a productores de televisión.
Permítanme cerrar la serie con un consejo: no les hagan el juego a esos programas endebles, no consuman esas revistas, vayan ustedes al teatro, a conciertos, lean libros, frecuenten las bibliotecas públicas, háganse socios de Aulas y Fundaciones culturales, vayan al buen cine, escuchen la radio en horas “no deportivas” (hay unas cuantas), lean las páginas serias de los periódicos. La cultura no es cara y ustedes verán como pronto se van a sentir mejor en su piel al haber contribuido a frenar, aunque solo sea un poco, el avance de esa España rosa.