Jorge Fuentes. Embajador de España.
Recomendaría a mis amables lectores que antes de leer este culebrón sobre la España diferente, dieran un vistazo al capítulo primero en que se hablaba de todo lo bueno que tiene nuestro país: playas, calorcito, toros, fútbol. Quizá eso les permita tragar mejor los horrores que me veo obligado a relatarles semana tras semana en este cambio de año.
Y de todos los defectos de España que voy a narrarles, el que voy a contarles a continuación es el peor. Porque si nuestro país es hoy identificado en el mundo por algo, no es – aparte del turismo y tal – por el déficit presupuestario, o por la deuda externa ni siquiera por la prima de riesgo que aquí entre nosotros la inmensa mayoría de la población mundial no tiene muy claro de qué va. La gran anomalía de España es el hecho de que una de cada cuatro personas en edad activa, está en el paro. El 25% de nuestra población activa no tiene trabajo; casi seis millones de personas. Un millón y medio de ellos, se trata de parados dentro de una misma familia, es decir, toda una familia sin ingresos. Esa lacra si que la comprende todo el mundo y todos saben que el paro es casi consustancial con España y no ocurre en ningún otro país de Europa en semejante medida.
Lo del paro español viene de lejos y es consecuencia de una estructura económica mal concebida desde siglos: el descubrimiento de América no enriqueció a España sino a los banqueros holandeses a cuyas arcas fue a parar el oro americano para pagar mercenarios que lucharan para España en pro de aventuras coloniales efímeras. La Revolución industrial del siglo XIX entró en España a regañadientes y con retraso y ya desde entonces España creó una economía que ha dejado siempre en la cuneta al menos a un 10% de la población. Hoy esa cifra tiende a multiplicarse casi por tres.
En mi opinión esto es lo peor que le pasa a España. Todos los demás indicadores son causa o efecto del paro, pero el desempleo es la peor lacra social de un país ya que desmoraliza a su población, rompe las familias, hace perder la confianza en un Estado que no le garantiza ni lo esencial.
Tomen nota de lo siguiente: un país como España, con 47 millones de habitantes, con 9 millones de pensionistas, con 9 millones de jóvenes y niños, con 6 millones de parados y 5 millones de políticos, funcionarios y asesores deja una magra cifra de 18 millones de población productiva (soy consciente de que los políticos y funcionarios también contribuimos a la seguridad social pero tratándose de clases laborales indispensables, son a la vez improductivas). A largo plazo un país con semejante estructura socio-económica está abocado a la bancarrota.
Ni Italia, ni Portugal, ni Grecia ni los nuevos miembros de la Unión, desde Polonia a Bulgaria, tienen semejantes índices de paro. Las elevadas tasas de emigración de estos últimos países no explican por si solas el menor índice de desempleo.
Mientras España no consiga alcanzar niveles razonables de paro del 4%, inevitable en cualquier país de corte liberal, ningún gobierno, sea de derechas, de centro o de izquierdas , podrá considerar que está cumpliendo con su deber y sus líderes no tendrán derecho a dormir tranquilos ni a salir por la puerta grande tras sus años de servicio. Entrar en política no es obligatorio, pero quien accede a tan noble tarea sí que está obligado a dejar el país mejor que lo encontró, y si no lo consigue, debe hacer frente a sus responsabilidades. Ello es especialmente cierto en lo que respecta a la creación de empleo.