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lunes, 25 de noviembre de 2024 | Última actualización: 23:18

Tiempo de cuaresma

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Casimiro López Llorente. Obispo de Segorbe-Castellón

El próximo miércoles comenzamos la cuaresma. En el rito de la imposición de la ceniza escucharemos las palabras: “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). Son las palabras de Jesús al inicio de su actividad pública.
La cuaresma es tiempo de conversión, de volver la mirada y el corazón a Dios, de dejarse encontrar por su amor misericordioso para vivir unidos a Él amando al prójimo. La conversión no es un episodio puntual y pasajero, sino un proceso constante en la vida de todo cristiano. En la cuaresma, la llamada a la conversión se vuelve más apremiante. En este tiempo se nos exhorta a orar más y mejor, a practicar la austeridad que nos hace más sensibles ante la voz de Dios y a desprendernos de nuestros bienes en favor de los más necesitados. La oración, el ayuno y la limosna son las condiciones y la expresión de la conversión.

Ante todo y sobre todo, hemos de convertirnos a Dios. No hay verdadera conversión cristiana sin un encuentro personal y comunitario con Dios, cuyo rostro resplandece en su plenitud en Jesucristo. Ésta es la relación fundamental que ha de restañarse en nosotros, dejándose reconciliar por Él que nos perdona nuestros pecados. Si nuestra relación con Dios se regenera y se refuerza, todas las demás relaciones –con los otros y con la creación entera- se regeneran y consolidan. Vueltos a Dios nos volveremos a la comunidad cristiana para contribuir a que sea tal como Dios la quiere. Nos volveremos a la sociedad para amarla como Dios la ama, reconocemos sus valores y le ofreceremos el humilde servicio de la luz del Evangelio. Y nos volveremos a los hermanos, en especial a los más pobres y necesitados allá donde se encuentren.

La atmósfera de increencia de nuestro tiempo frena el movimiento de la conversión. Dios se ha convertido en el gran ausente para muchos. También un cristiano, ha de preguntarse qué significa Dios en su vivir cotidiano. La cuaresma es tiempo propicio para recuperar a Dios en nuestra vida, y dejar a Dios que ocupe el centro en nuestras vidas. Fe y conversión van íntimamente unidas. Sin fe en Dios no se dará el necesario cambio de mente, de corazón y de vida. A la vez, el cambio de vida será el signo del grado de nuestra fe. Una fe sin obras es una fe muerta.