Casimiro López Llorente. Obispo de Segorbe-Castellón
Celebramos hoy la Jornada mundial de los pobres. Junto a la crisis sanitaria, el Covid-19 está provocando una profunda crisis económica, laboral y social en todo el mundo. Nos dijeron que la pandemia estaba vencida y el virus nos ha devuelto a la cruda realidad. Aumentan los contagios y las muertes, vuelven las restricciones, crece el paro y el cierre de empresas, y, con ello, el número de los pobres y necesitados. Sigue la incertidumbre, vuelve la angustia y, en muchos, el desaliento y la desesperanza.
El papa Francisco no se cansa de ofrecernos orientación y palabras de aliento en este tiempo. Nos recuerda que todos navegamos juntos, que nos necesitamos, que nadie se salva solo, que somos vulnerables, que la pandemia afecta a los más pobres de aquí y en otros países, y que hemos de mirar a Dios y a los más necesitados.
Este tiempo de pandemia debería servirnos para que esta travesía por el desierto no nos haga regresar al punto de partida como si nada hubiera pasado. Hemos de reflexionar sobre el sentido de la vida, del mundo y de la historia, sobre las relaciones humanas, económicas y sociales; hemos de centrar la mirada en lo esencial. Lograr un futuro mejor, más humano, fraterno y solidario, depende de la decisión de contribuir entre todos a que todo sea ‘mejor’ a partir de ahora.
Para los cristianos esto implica una llamada esperanzada a arrimar el hombro uniendo fe y vida. Para ello fijamos nuestra mirada en Dios y con fe abrazamos la esperanza del Reino de Dios que Jesús mismo nos ofrece: un reino de sanación y de salvación, ya presente en medio de nosotros; un reino de justicia y de paz que se manifiesta con obras de caridad. El encuentro con Dios en Cristo aviva la fe, la esperanza y el amor, y nos impulsa a asumir un espíritu creativo y renovado ante esta situación. Sólo así seremos capaces de transformar las raíces de nuestras enfermedades físicas, espirituales y sociales, y podremos sanar las estructuras injustas y sus prácticas, que separan a los unos de los otros y amenazan la familia humana y nuestro planeta.
Contamos con la presencia permanente del Señor Resucitado, con el aliento del Espíritu y con la misericordia del Padre. Es hora de poner nuestra confianza en Dios, que nunca nos abandona; es hora de que cada uno ponga de su parte lo que pueda con la generosidad propia de un cristiano para lograr un mundo más justo y fraterno, sin descartar a nadie. La mies es abundante y todos somos necesarios a la hora de contribuir con nuestra oración, con nuestro espíritu fraterno y con solidaridad económica.