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jueves, 21 de noviembre de 2024 | Última actualización: 22:17

Un nuevo Pentecostés

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Casimiro López Llorente. Obispo de Segorbe-Castellón

Con la solemnidad de Pentecostés llega a su plenitud el tiempo pascual. En este día, Jesús, el Señor Resucitado, cumple la promesa que había hecho a los Apóstoles antes de ascender a los cielos: “recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra (Hech 1, 8). Con el don del Espíritu Santo se derrama el amor de Dios sobre toda la creación y baja a lo más profundo del corazón de cada persona comunicándole la Verdad la Vida y la Enseñanza de Jesús: “el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho” (Jn 14,26).

El “viento recio” y las “lenguas, como llamaradas” (Hch 2,2-3) en la venida del Espíritu Santo son imágenes muy elocuentes para expresar la fuerza irresistible, la universalidad y la profundidad de lo que sucede. Es una acción que ocasiona una transformación comparable con una segunda creación; estamos frente a tal inundación de gracia, que derriba toda barrera entre el cielo y la tierra e instaura una nueva comunión. Inaugura un tiempo nuevo, el tiempo de la Iglesia, tiempo de un permanente Pentecostés, que siempre reclama en los hijos de la Iglesia la apertura, la fe y la docilidad a la obra del Espíritu en cada momento y en cada uno. También, ahora, a los cristianos, se nos pide dejarnos transformar por el Espíritu Santo, siendo dóciles a su acción en nosotros.

Esta llamada tiene un eco especial en nuestro Jubileo diocesano: un tiempo de gracia para crecer en comunión para salir a la misión. El Año Jubilar es un tiempo de especial efusión del Espíritu Santo para dejarnos transformar por Él, para convertir nuestro corazón a Dios y abrirnos a su presencia amorosa en nuestra existencia y en nuestra Iglesia diocesana. Si somos dóciles a la acción del Espíritu Santo, Él nos llevará al encuentro o re-encuentro personal, transformador y purificador con Jesús: Él nos abrirá a la comunión con Dios y con los demás y a salir a su encuentro participando de sus desventuras y anhelos; Él nos llevará al sacramento de la Reconciliación y a recibir la indulgencia plenaria del Jubileo. Donde el Espíritu Santo actúa cambia los corazones y fluye la verdad y el amor, crece la unidad y la comunión, el entendimiento y la fraternidad. En Pentecostés, los discípulos sienten arder en su corazón el deseo de convertirse en misioneros del Evangelio. Si nos dejamos transformar por Espíritu Santo, sentiremos la necesidad de compartir la buena Noticia de su amor tantos contemporáneos  nuestros.