Casimiro López. Obispo de Segorbe-Castellón.
En Navidad, el Hijo de Dios se hace hombre para mostrarnos y ofrecernos a Dios que es Amor. El Niño-Dios nos muestra que el ser humano está llamado al amor. Porque Dios es Amor y el hombre está creado a su imagen y semejanza, su identidad más profunda es la vocación al amor. En Jesús queda renovada la creación entera y el ser humano; todas las dimensiones de la vida humana han sido iluminadas por Él, y han quedado sanadas y elevadas, incluidos el matrimonio y la familia.
El domingo siguiente a Navidad celebramos la Fiesta de la Sagrada Familia y la Jornada de la familia. Porque fue en el seno de una familia humana donde Jesús fue acogido con gozo, donde nació, creció y se educó. La familia, formada por Jesús, María y José, es un hogar en el que cada uno de sus integrantes vive el designio del amor de Dios para con cada uno de ellos: José, la llamada de Dios para ser esposo de María y padre legal de Jesús; María, la de ser madre del Hijo de Dios en la carne y esposa de José; y Jesús se prepara para su misión de enviado de Dios para salvar a los hombres. La Sagrada Familia es una escuela de amor, de acogida y de respeto recíproco, de diálogo y de comprensión mutua y de una existencia según la vocación divina al amor.
En la Sagrada Familia, los cristianos, los matrimonios y las familias cristianas encontramos luz para vivir de acuerdo a la vocación al amor, propio de todo ser humano y de todo cristiano. Creados por amor, para amar y ser amados, nuestra vida se realiza plenamente si se vive en el amor de Dios por el camino por el que Él nos llama. Esta llamada toma formas diferentes según los estados de vida: el sacerdocio ordenado y la vida consagrada en sus distintas formas así como el matrimonio y la familia. Fiel a Jesús, a sus gestos y a sus palabras, la Iglesia proclama la alegría del amor y la grandeza y belleza del matrimonio y de la familia: pues la relación entre el hombre y la mujer en el matrimonio refleja el amor divino de manera completamente especial; por ello el vínculo conyugal asume una dignidad inmensa. Mediante el sacramento del matrimonio, los esposos están unidos por Dios y con su relación de esposos son signo eficaz del amor de Cristo, que ha dado su vida por la salvación del mundo.
En un contexto social, mediático y legislativo contrario al verdadero matrimonio entre un hombre y una mujer y a la familia, fundada en él, es vital ayudar a los jóvenes y a los esposos a descubrir la grandeza y la belleza de su matrimonio y a comprender que el verdadero amor es un ‘sí’ fiel, una donación definitiva de sí al otro, firmemente fundado en el plan de Dios. El amor de Dios en Jesús es su ‘sí’ a toda la creación y al corazón de la misma, que es el hombre. Es el ‘sí’ de Dios a la unión entre el hombre y la mujer, abierta a la vida y al servicio de ella en todas sus fases. El matrimonio y la familia, por tanto, es el ‘sí’ del Dios-Amor. Sólo partiendo del amor el matrimonio y la familia pueden manifestar, difundir y regenerar el amor de Dios en el mundo. Sin amor no se puede vivir como hijos de Dios, como cónyuges, padres y hermanos. Dado que Cristo consagra el amor de los esposos cristianos y se compromete con ellos, esta fidelidad al ‘sí’ no sólo es posible, sino que es el camino para entrar en un amor cada vez más grande. Así, en la vida cotidiana de pareja y de familia, los esposos y los hijos aprenden a amar como Cristo ama.
Para que los esposos puedan corresponder a esta llamada de Dios al amor en su matrimonio y en su familia es necesario y urgente ofrecerles un acompañamiento pastoral cercano y un recorrido educativo. A este fin se dirige la iniciativa de nuestra Iglesia diocesana de crear en las parroquias grupos parroquiales de matrimonios. Se trata ofrecer a los matrimonios un medio que les ayude a (re)descubrir, acoger y vivir la vocación al amor en su matrimonio cristiano y que les oriente y acompañe en el día a día de su matrimonio, con sus alegrías y dificultades. Éste será el germen de familias cristianas, ‘iglesias domésticas’, en las que se ama, se perdona, se lucha, y se vive y se transmite la fe a los hijos. Una familia cristiana no se cierra en sí misma, sino que por su forma de vida y su palabra anunciará la buena Noticia del matrimonio y de la familia.
Acojamos de corazón y con esperanza esta iniciativa de nuestra Iglesia diocesana. No es fácil la creación de estos grupos de matrimonios; pero allí donde se ha ofrecido ha habido respuesta. De ello se están beneficiando los esposos y sus familias; y también las mismas parroquias, llamadas a ser ‘familia de familias’, implicadas en la vida y misión parroquial, muy en especial en la iniciación cristiana de sus hijos.